viernes, 10 de junio de 2011

La avenida.

La sangre corría por las venas a una velocidad vertiginosa. El corazón la bombeaba a un alto ritmo. Las pulsaciones aumentaban. En la cabeza resonaban sus latidos. La respiración se entrecortaba. No había quien pusiese fin a aquella precipitada carrera. Estaba al borde de sus fuerzas. No podía parar. EL callejón cada vez se le antojaba más estrecho y a su vez más largo. Las paredes se le venían encima. De los zapatos salía humo. Pasaban por la cabeza toda clase de miedos, el pasado, que intentaba dejar atrás, la alcanzaba por momentos. Ya no podía más.
Las piernas le fallaron. Cayó de bruces con un golpe seco. El corazón paró. Cesaron de resonar las pulsaciones en el cerebro y las fuerzas abandonaron su cuerpo que veía como la calle continuaba ciñéndose cada vez más y más. Su propia respiración la ahogaba. Los temores más grandes se le echaban encima. La vista empezaba a nublarse. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Dónde estaban aquellos que se hacían llamar amigos?
Oscuridad se le venía encima. Un grito consiguió salir por su boca. Se desplomo. Y luego oscuridad, no veía nada. Su corazón no lo soportaba más. Sus miedos habían podido con ella.
La avenida que había sido toda una vida de sonrisas, ahora solo era un callejón, las paredes del cual se les desplomaban encima. Sus sueños, un futuro cerrado por los escombros y oscuridad, solo oscuridad.

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