viernes, 7 de octubre de 2011

Crucé inmensidades temporeas y me encontré perdida.
Llanto, risa, hipo y cicatrices supurando pus y clamando cura.
Perdí la cuenta de las veces que le amé, y de todas ellas salí herida.
Problemáticas amistades en las que puse mi más sincero empeño y, contra viento y marea, luche por mantener.
Un pasado incierto, feliz, duro, amable, traicionero y moldeador.
Me tocó madurar a contra reloj, como aquel que no quiere la cosa, tuve que pasar por acontecimientos, que tal vez, nadie llegue a imaginar y mucho menos a desear para si mismo.
Por mantener la compostura, ya no por mi sino por los demás, cosí una sonrisa que, a base de dentistas, se fue perfeccionando hasta parecer mía.
Y cuando me pude dar cuenta se me acababa el tiempo de llorar por el dolor reprimido y gritarle al viento, y sacar el rencor y el odio que habían cuajado en mi pecho.
Ya no era yo la que actuaba en mi papel y  me di de bruces. Por suerte me di de bruces…