martes, 14 de octubre de 2014

Por quinta vez.

En la vida encontrarás cientos de caminos por recorrer y, por muchos de ellos, andarás tus pasos. Aquellos que se te antojen más complicados de recorrer, tiempo después, sabrás en tu interior que merecieron la pena. Merecieron la pena, pues de ellos se sale con rasguños o duros golpes que aprendes a curar con tiempo y distancia, con soledad, con mucho, con poco o con vete tu a saber cuanto.
Así fue este camino. Así lo recuerdo cuando echo la mirada cinco años atrás. Lo recuerdo con entereza y otra prespectiva, con media sonrisa que se esboza en mi cara al recordar los buenos momentos y una ligera mezcla de nostalgia y melancolía -mezcla que no seré capaz nunca de borrar-.
A quien recuerdo con más frecuencia -posiblemente más de la que os podáis imaginar- es a la persona con la que hice y deshice este camino. Persona a la que empecé a acompañar sin saber porque y que, a día de hoy, es quien me acompaña a todas partes.
De este camino me llevé unas cuantas experiencias que acontecían bastante amargas cuando se marchó. Poco puedo exponer yo aquí a sabiendas de que su madre en algún momento puede que lo lea. Si embargo, he de decir que me viene a la memoria un curioso sabor agridulce de un calvario del que yo aprendí.
Cinco años después, sonriendole al papel y pensando lo pobre que va a quedar este relato para expresar lo que la echo de menos, recuerdo todo lo bueno que me ofreciste durante este camino. Me quedo con los mejores recuerdos, con nuestras fotos, con tu fuerza, con tus sonrisas y tu caracter; pero sobre todo, me quedo con tu manera de hacerme crecer.
Gracias Bea.

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