Si me tuviera que definir de alguna manera alguien que no me
conoce, dadas las circunstancias en las que nos ha tocado vivir, me llamaría “perro-flauta”
(nunca se me ha dado bien tocar la flauta y, a cerca de lo del perro, siempre
he tenido a mi madre para recordarme que hasta que no tenga casa propia no
volveré a tener perro).
Si os preguntáis por qué me definirían así, sin duda, es por
mis pintas: me encanta las camisetas anchas y rotas de grupos que la mayoría
desconoce. Sí, me gusta el rock y el heavy. Y a partir de esta afirmación cada
cual que me defina como quiera.
He tenido contacto desde muy pequeña con esta música gracias
a mi primo Raúl. Es a él al que le debo el privilegio de sentirme un tanto
diferente.
Siempre nos hemos visto poco, pero mejor poco que nada, y a
mí me encantaba. Nos veíamos en verano, en Albalate; la diferencia de edad era
abismal, pero, aun así, me encantaba irme con él a donde quisiera llevarme.
Ahora vamos mano a mano, y me encantaría que supiese cuanto lo admiro y que lo
quiero tanto como se puede querer a un hermano, aunque viva lejos y sea primo
tercero.
Mi primer recuerdo (el cual mi madre se encarga de recordar)
fueron lágrimas: admito que de bien pequeña me dio miedo verle con esas melenas,
con esas pintas que ahora yo llevo igual. Después de esto, he vivido con ganas
de volverlo a ver durante todo un año hasta que llegaba el verano: hacíamos guerras
de cojines, me llevaba al rio y a la piscina; ahora nos pasamos tardes enteras
hablando de conciertos vistos y aquellos que queremos ver, ídolos de los
escenarios, música y, sobre todo, de nuestras cosas.
Sé que puedo confiarle mi vida y no me traicionaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario