Nací, como
ya viene siendo común desde hace muchas generaciones, en el hospital más cercano
a mi casa, un 10 de Agosto de 1994. La pobre de mi madre debió pasar lo suyo
para tenerme, y esto es lo primero que tengo que agradecer. Mi infancia
transcurrió tranquila y agradable en una casita de campo a las afueras de un
pueblo no muy grande de la provincia de Alicante. Teníamos un perro, un pastor
alemán precioso que se llamaba Nico, y una oca: Henrry (en algún otro momento
me entretendré hablando de este aspecto tan peculiar de mi infancia).
Viví 7 años
de mi vida siendo hija única, nieta única y sobrina única por ambos lados de la
familia. Tuve la suerte de conocer y disfrutar de mis 4 abuelos. Y gracias a mi
abuela materna tengo la suerte de haber conocido Albalate de las Nogueras
(lugar del cual más adelante hablaré).
Como venía
diciendo, estuve 7 años de mi vida siendo la única niña de la familia, hasta
que mi hermana mediana vino al mundo en pleno Enero. Recuerdo tener muchas
ganas de tener una hermanita y me pasaba las tardes contándole a mi abuela las
razones por las que la quería, aunque ahora no recuerde ninguna de ellas.
Bien,
después de este nacimiento se sucedieron una serie de nacimientos bastantes
seguidos por parte materna: ahora mismo cuento con 2 hermanas más pequeñas, a
las que quiero con locura, y 4 primos hermanos; a parte de mi primo hermano por
parte paterna. Todos un encanto de renacuajos, listo, respetuosos y agradables;
¡y muy guapos!
Dado que
hasta los 7 años no tuve a nadie con quien jugar, me pasaba el día dándoles la
lata a mis abuelos, a mis padres o a quien me tuviese a su cargo: No dormía la
siesta (aunque lo intentaban con todo su empeño), comía muy mal y les daba
muchísima guerra para todas y cada una de las comidas del día. Me encantaba que
jugasen conmigo, sobre todo me gustaba jugar con mi tía a inventar historias, y
que me hiciesen caso. Sin embargo, cuando empezaron a llegar los peques, nunca
sentí celos hacia ellos; realmente son la alegría de la casa.
Mi formación
escolar empezó a los tres años, es decir, nunca fui a la guardería. Pasé la
mayor parte de mi vida en ese colegio; exactamente 14 años. Supongo que es por
esto por lo que guardo mis mejores y mis peores momentos allí dentro. Conocí a
profesores de todo tipo (todos ellos unas grandísimas personas con una
paciencia inagotable) y pasaron por mi vida todo tipo de compañeros, unos con
los que me llevé mejor y otros peor; lo que viene siendo algo normal. A los 16
años, después de un viaje inolvidable a Italia, dejé el colegio para empezar el
Bachillerato en otro instituto. Sinceramente, me gustaba estudiar y era buena,
buena en lo que me gustaba, claro está. Nunca se me dieron bien los números, así
que el primer examen que suspendí fue de matemáticas y recuerdo perfectamente
como lloré al llegar a casa. Aun así, el último curso en el colegio cursé
matemáticas difíciles y las aprobé con buena nota; fue todo un claro ejemplo de
superación.
Empecé el
instituto y con él empecé a dejar atrás una adolescencia algo turbulenta que acabaría
por conformar una personalidad fuerte y algo introvertida; la que viene siendo
mi personalidad.
Después de
dos años de Bachillerato: soy estudiante de Filología Inglesa en la Universidad
de Valencia desde hace 6 meses; vivó en un piso de estudiantes con otras tres
maravillosas compañeras mayores que yo. En estos últimos meses, he conocido
gente increíble que ha enriquecido mi existencia, he creado vínculos tan
fuertes como los nudos de un marino y he perdido a aquellos que debía perder.
Hay pocas cosas
de las que me arrepienta y aquellas de las que me arrepiento serán dichas en su
debido momento. Soy de las que cree que cada cosa tiene su lugar, su momento y
la compañía adecuada.
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