lunes, 11 de marzo de 2013

DIARIO DE UNA SOÑADORA: I. Introducción al caos.


Nací, como ya viene siendo común desde hace muchas generaciones, en el hospital más cercano a mi casa, un 10 de Agosto de 1994. La pobre de mi madre debió pasar lo suyo para tenerme, y esto es lo primero que tengo que agradecer. Mi infancia transcurrió tranquila y agradable en una casita de campo a las afueras de un pueblo no muy grande de la provincia de Alicante. Teníamos un perro, un pastor alemán precioso que se llamaba Nico, y una oca: Henrry (en algún otro momento me entretendré hablando de este aspecto tan peculiar de mi infancia).
Viví 7 años de mi vida siendo hija única, nieta única y sobrina única por ambos lados de la familia. Tuve la suerte de conocer y disfrutar de mis 4 abuelos. Y gracias a mi abuela materna tengo la suerte de haber conocido Albalate de las Nogueras (lugar del cual más adelante hablaré).
Como venía diciendo, estuve 7 años de mi vida siendo la única niña de la familia, hasta que mi hermana mediana vino al mundo en pleno Enero. Recuerdo tener muchas ganas de tener una hermanita y me pasaba las tardes contándole a mi abuela las razones por las que la quería, aunque ahora no recuerde ninguna de ellas.
Bien, después de este nacimiento se sucedieron una serie de nacimientos bastantes seguidos por parte materna: ahora mismo cuento con 2 hermanas más pequeñas, a las que quiero con locura, y 4 primos hermanos; a parte de mi primo hermano por parte paterna. Todos un encanto de renacuajos, listo, respetuosos y agradables; ¡y muy guapos!
Dado que hasta los 7 años no tuve a nadie con quien jugar, me pasaba el día dándoles la lata a mis abuelos, a mis padres o a quien me tuviese a su cargo: No dormía la siesta (aunque lo intentaban con todo su empeño), comía muy mal y les daba muchísima guerra para todas y cada una de las comidas del día. Me encantaba que jugasen conmigo, sobre todo me gustaba jugar con mi tía a inventar historias, y que me hiciesen caso. Sin embargo, cuando empezaron a llegar los peques, nunca sentí celos hacia ellos; realmente son la alegría de la casa.
Mi formación escolar empezó a los tres años, es decir, nunca fui a la guardería. Pasé la mayor parte de mi vida en ese colegio; exactamente 14 años. Supongo que es por esto por lo que guardo mis mejores y mis peores momentos allí dentro. Conocí a profesores de todo tipo (todos ellos unas grandísimas personas con una paciencia inagotable) y pasaron por mi vida todo tipo de compañeros, unos con los que me llevé mejor y otros peor; lo que viene siendo algo normal. A los 16 años, después de un viaje inolvidable a Italia, dejé el colegio para empezar el Bachillerato en otro instituto. Sinceramente, me gustaba estudiar y era buena, buena en lo que me gustaba, claro está. Nunca se me dieron bien los números, así que el primer examen que suspendí fue de matemáticas y recuerdo perfectamente como lloré al llegar a casa. Aun así, el último curso en el colegio cursé matemáticas difíciles y las aprobé con buena nota; fue todo un claro ejemplo de superación.
Empecé el instituto y con él empecé a dejar atrás una adolescencia algo turbulenta que acabaría por conformar una personalidad fuerte y algo introvertida; la que viene siendo mi personalidad.
Después de dos años de Bachillerato: soy estudiante de Filología Inglesa en la Universidad de Valencia desde hace 6 meses; vivó en un piso de estudiantes con otras tres maravillosas compañeras mayores que yo. En estos últimos meses, he conocido gente increíble que ha enriquecido mi existencia, he creado vínculos tan fuertes como los nudos de un marino y he perdido a aquellos que debía perder.
Hay pocas cosas de las que me arrepienta y aquellas de las que me arrepiento serán dichas en su debido momento. Soy de las que cree que cada cosa tiene su lugar, su momento y la compañía adecuada.

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