“Que seas feliz.” Fueron las últimas palabras que atiné a
decirle en aquel portal. Rodeados por una densa lluvia que prendía empaparnos
con sus gotas. Era verdad, solo quería que fuese feliz. Que la felicidad lo
empapase como aquella tormenta de verano empapaba las calles.
Creí firmemente que era lo mejor que podía desearle. Aunque
fuese sin mí, aunque yo supiera que en el tercer piso a la derecha me esperaba
la larga noche, que ya hacía rato que se había cernido sobre nosotros, y la
soledad de mi cuarto desordenado.
Sí, esa fue la mejor forma de decirle adiós. Aunque todavía
desease tenerlo entre mis brazos.
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