Me gustaba verla sonreír. Su energía traspasaba cualquier dificultad. Sus ganas de vivir eran imparables. Transmitía serenidad y confianza. Hacía feliz a la gente de su alrededor.
Me ayudó a crecer.
Que su camino se cruzase con el mio cambió totalmente mi persona.
Y por momentos llego a ser imprescindible.
Entonces fue cuando nuestros caminos se separaron, sin alternativa. No tuvimos otra opción que dejarlos que humanamente se separasen.
Pero por suerte aun hoy duele. Y si duele es porque el recuerdo sigue vivo. Y si para que ese recuerdo siga vivo ha de doler, entonces que duela.
Lo acepto, la echo de menos.
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